Sunday, March 04, 2007

-Del nacer, del crear, del morir-

Del nacer, del crear, del morir.

Del nacer, del crear, del morir. Abrir los ojos fuera de la dulce y desinteresada cavidad materna y tomar un poco de oxígeno para sobrevivir es comprometerse a un mundo lleno de intercambios. Un mundo en el que el ‘‘yo’’, al que se le ha interrumpido un ciclo de profunda introspección, de hablar siempre en primera persona, y de jamás concebir disturbios que puedan alterar su proceso creativo, se ve expuesto a la masa contaminada que pronto conocerá como humanidad. Masa a la que sin pedirlo, se ha unido al iniciar ese intercambio.

Se nace sin una conciencia amplia de lo que nos rodea. Por eso, el hecho de consumir el aire para vivir sin dar mucho más que un balbuceo a cambio, no es condenado, sino aplaudido. Sin embargo, esto dura solamente un par de horas. Cuando el tiempo pasa, se vuelve constante la presión de exprimir algún ácido que el cuerpo produzca, para quemar un poco la corteza de la tierra, o mejor dicho, de la sociedad. La creación que cosquillea ya el cuerpo del individuo, se vuelve una lucha que puede convertirse en la única razón del resto de su existencia.

Si el que nace crea, y el que crea muere, existe la duda de hasta qué punto será posible para el ser separar la aclamación de piedad de la auténtica entrega. En cambio, si sólo naciera el que creara, la palabra mediocridad recobraría un significado más selectivo, simplemente podría ser el nombre dado a aquel que disfruta caminar por las mañanas.

Es parte de la condición humana, del ácido que por dentro carcome y desea salir para salpicar con su tóxica composición, el ácido que domina a los hombres para conquistar y doblegar voluntades débiles. Si la creación fuera la base y el propósito de la vida, no moría el que jamás ha creado, simplemente no nacería.